miércoles, 27 de octubre de 2010

Noches de fuego y desvelo VI


Sombra le escribe sobre sus miedos a su amigo y confidente (a quien llama “Pinceles”)
Hay, lo sé bien  amigo pinceles, miedos inútiles.
Por ejemplo, el miedo al mañana, a lo que en él está por definirse, a lo que en él seremos.
Está, también, el miedo al pasado, al modo en que nos marca y, simultáneamente, nos ata.
Miedos inútiles al futuro y al ayer. Bastaría que al primero le agregáramos una dosis de ternura para que el miedo se tornara en esperanza. Y, bueno, al miedo al ayer sería necesario sumarle sólo un poco de indulgencia y un mucho de sabiduría para convertirlo en fuerza y en parte importante del rompecabezas del mañana.
Pero, ¡   ah! Pinceles amigo, está también este miedo que le tengo a esa mujer.
El miedo que se hace angustia en mi pecho cuando su mejilla no reposa en él.
El miedo a la desesperación que toma mis manos cuando no se diluyen en su piel.
El miedo que vuelve inútiles mis palabras si no se acomodan, susurradas, al amparo de su oído.
El miedo a que mis pasos se pierdan si no la tiene por destino.
El miedo a que mi sed no se sacie en su bajo vientre.
El miedo a que sus caderas no sean ya el lecho donde despierta el deseo.
El miedo a su mirada, a la luz que la sonríe, a la forma que se desnuda y me desnuda. ¡Ah! El miedo a su mirada, la que me pierde y me redime, la que me condena y me salva.
El miedo a que quede vacío mi brazo si no ciñe su cintura.
El miedo a que no lleguen a mis oídos sus suspiros mejores (que son los que mis manos le siembra).
El miedo a que me rinda  en lugar de rendirla, el miedo a que me tome en lugar de tomarla, el miedo a que me olvide en lugar de olvidarla.
El miedo a ella pues, un miedo inútil.
Inútil porque todos los días me olvida y, sin embargo, yo la camino en sueños y en vigilia.
Inútil porque es ella quien me toma y me arranca así lo que nadie: un mañana.
Inútil porque rendido estoy desde que yo la vi aunque ella no me viera.
Inútil porque no llegan a mi oído ni sus brisas ni sus tormentas.
Inútil porque es mi abrazo cinturón ocioso y desvalido.
Inútil porque muerto estoy, y vivo, por esa mirada, porque sombra soy sin luz que la redima.
Inútil porque prisionero soy del latido de sus caderas.
Inútil porque sediento sigo, porque sin destino camino, porque mis palabras se van al vacío, porque mis manos se secan sin sus humedades, porque mi pecho sólo es un hueco sin los suyos.
Hay miedos inútiles, amigo Pinceles, bien lo sé.
Inútiles sí, pero también inevitables, irremediables…
Vale. Salud y recibe mi abrazo que, aunque a la distancia, es sincero.
Sombra el guerrero